La melodía se me vino a la cabeza de súbito antes de alcanzar el meridiano exacto de nuestra conversación. Neones que rozan la piel y dolor destilado son dos de las sensaciones que me sugería aquel trágico ratito que nos estábamos dedicando, muy poco para contar demasiado. Ella me decía que ya no lloraba. Al otro lado del teléfono un par de lágrimas rondaban mis mejillas; una por el tiempo que no supe estar a su lado, otra de impotencia. Allí sentado al resguardo del viento marinero y de un implacable sol de 5 de la tarde perdí cualquier control sobre el habla, o lo que es lo mismo, las palabras. En su voz, a gritos se oía el llanto desesperado de cuanto todo está al revés. Una inquietante tranquilidad en ella se me hacía hasta aterrador, anticipando un grado de dureza. Ya no creía tanto en el potencial de su sonrisa, que antaño había sido anhelo de tantos. Todo apuntaba directamente a una conclusión: volvíamos a necesitarnos el uno al otro, pero esta vez cambiando los papeles. Sabía a impotencia la certeza de que en un tiempo se me haría imposible verla, y amargas las posibilidades.
6 comentarios:
...y es que eso siempre duele.
Aunque cada uno tome su camino, siempre se puede volver a la plaza de siempre con la gente de siempre no?
muy bonito el texto :) me encanta. te sigo e blog ok? yo acabo de empezar con el mio :) un beso!!
Jajajajajaja, nuestras aventuras madrileñas!!!
Este verano no creo que vaya por el Norte, no tengo ni un día... :(
Bajarás tú por aquí para liarla a lo grande!!??
:)
Pues ya sabes que yo andaré por aquí porque tengo currele máximo, así que con avisar preparamos algo!
Somos muy "guille"
jajaja
va, venga, pues una explicación rápida... jajaja
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