En blanco a la hora de empezar a
redactar de nuevo, como siempre, lutos sentimentales varios y otros cuentos
para después de haber intentado dormir y no haberlo conseguido. Así y en paños
mínimamente menores, tumbado sobre el desvencijado sofá de rayas, antaño mal
llamado sofá cama, las horas contadas para ser suplantado por otro
aparentemente trescientos años más joven, o sencillamente un intento frustrado
de redecorar una vida. Recuerdo que antes dejaba los títulos para el final, me
las daba de puntoycomista y abusaba del pretérito, no, espera, eso no he dejado
de hacerlo, ni lo último ni lo penúltimo; supongo que cambiar algo no es tan
fácil como lo pintan, al cabo y al fin. Me lo ha contado mi yo del espejo, que
últimamente está algo más sabio con todo el tema de los días no vividos, puede
que le haya notado un poco sensible, tal vez porque guardaba en una caja su
pequeña colección de historias de vuelta al cole más prometedoras que la que
estaba a punto de afrontar. Historias que hablan por si solas, pese a que tal
vez sus títulos no les hagan justicia alguna, que esconden detrás de alguno de
sus pliegues senda lección de algo parecido al amor grapada, anclada entre
líneas para darles a todas las frases la cohesión que precisan para ser
consideradas como texto en sí mismas.
Nunca me han gustado los/as
mates, independientemente de lo que estos fueren, ni los autoestopistas
sentimentales del te pillo aquí y punto final. Tampoco los martes, nunca han
sido un día especialmente especial, ni mates ni martes, que solo traen
pormenores. Corrían tiempos inciertos, de los que te adelantan cuando menos te
lo esperas, tiempos de grandes cambios en pequeñas dosis, de dulce lentitud e
incursiones a carta descubierta, las ganas queriendo ser algo que ya no eran,
el pecho a dos mil y los últimos resquicios de mi cosecha personal
desenterrados del cajón de las cosas a olvidar. Rescatados, más bien, por este
tipo de coincidencias que solo se producen como resultado de la correcta
alineación de los fenómenos. Secretos que no radican tanto en la puntuación o
en el contenido, sino más bien en la estructuración del producto final, que
muchas veces habla por sí sola. Fuere como sea, independientemente de los
tiempos que corriesen, por fin había conseguido todo lo que llevaba tiempo
persiguiendo, o casi todo, y estaba claro que era el momento exacto del
detonador. Probablemente por ello siempre me entra una especie de miedo al
primer indicio de cambio sísmico, por lo fácil que surgen los huracanes a mi
alrededor debido a mi polaridad, es cuestión de meros segundos. Para ello solo
hay que ponerse en el peor de los casos y restarle dos grados de iconicidad para
una visión menos realista, como si llevases un par de copas de más encima. O
tres.