18 feb 2013

'¿Qué tal te ha ido el invierno?' me preguntas el tercer lunes del mes, en la más imposible de las posiciones sobre el ya desvencijado sofá libro del salón, con mis calzoncillos de seda con dibujos de diamantes por pijama y tu sonrisa puntiaguda como interrogante final. Suena Otis Redding de fondo y no paro de ojear la modesta biblioteca que no llega a ocupar una balda entera de la estantería, que más bien es una difusa composición de títulos best seller que quieren llegar a ser colección pero que probablemente, como casi todo lo demás, se queden a medio camino entre el olvido y el sin querer. Dejo pasar mi dedo índice por el lomo de todos y cada uno de ellos, considerando la posibilidad de empezar de releer alguno, tal vez concederle a uno su segunda y quién sabe si merecida oportunidad, y lentamente avanzo hacia la cocina, donde sirvo una copa de vino para volver con ella al salón y sentarme en el suelo en silencio. El sofá vuelve a estar vacío, aunque esta vez ya no haga falta frotarme los ojos ni pellizcarme para confirmar que no era ni sueño ni alucinación, y por el lado positivo del asunto, la copa está casi llena.

Un rato después, cuando entro en el dormitorio para preparar mi ropa del día siguiente la situación es similar; esta vez la banda sonora corre a cargo de Bill Withers y mientras yo ojeo entre mis camisas, me preguntas desde el lado de la cama que no te corresponde, poniendo ojitos, que si no te he escuchado hace un rato cuando preguntabas sobre mi invierno. La puerta de cristal que da al balcón filtra aire, efectivamente tenías razón y la diferencia térmica es claramente apreciable en comparación con el resto de la casa, afectando con menor intensidad a la zona del armario que al resto de la habitación, así que mientras descuelgo la camisa de pana verde botella y una chaqueta gris de punto, tu maldita pregunta consigue hacerme dudar entre pantalones pitillo vaqueros o negros. Es entonces cuando recuerdo que he olvidado la copa de vino en el salón, y cuando vuelvo de recuperarla, no sin antes haberme cerciorado de que para el final de este párrafo la copa estuviese medio vacía, compruebo que has vuelto a irte sin tu tan preciada respuesta para poder, al fin, responderte en alto 'Si te digo la verdad, ni tan mal' antes de volver a apoderarme de mi preciado lado de la cama.