11 sept 2011

El del resfriado mental.

Era un día de lluvia y tormenta cuando volví, esta ciudad quería mandarme un mensaje subliminal, yo no estaba dispuesto a captarlo. Sufría de un ligero catarro sentimental que necesitaba reposo, cama y barbitúricos varios, y sin embargo caminaba todos los días con sandalias romanas, como buscando pulmonía. Camarero, una de síndrome post-vacacional para el caballero rubio del fondo de la barra. Una de esas noches, bajo mi almohada, me lo encontré; una píldora de te quiero, del verbo follar, de aquellos sin los que se suponía, debía aprender a sobrevivir. Me cobijaba en los sueños de Lennon, aquellos que se transforman en realidades cuando se comparten con alguien, y tres o cuatro veces al día, tomaba jarabe de sinrazón. Por tirar del hilo de mi enredo, un roto y un descosido, una sábana que se sabía ya solitaria. El suelo del dormitorio conquistado por kleenex llenos de dudas pegajosas, contrariedad en el cajón, junto al termómetro. Creo que enfermo cuando te vas de mi casa, o más bien cuando estás a punto de irte. Enfermo de ganas de que vuelvas.