29 dic 2010

El del final inesperado de un año impertinente.

Se me escapaban de las manos las últimas horas del Diciembre más mojado que mi mente podía recordar. Hablábamos de luces y de nada, tus sentimientos abrasivos quemaron las pocas cuerdas que habías conseguido que me ataran a ti. La lluvia, más copiosa si cabe que de costumbre, clarificó mi mar de dudas, limpió mis despropósitos y los dejó a punto. Entonces pude percibirlo; te cuelas en todas las canciones, eres un cabrón. Pero en el fondo, me caes bien. Debe ser por esto último que siento algo así como decepción.

¿Por dónde iba yo? Ah, si, por la lluvia. Es una pena lo de nuestro plan de Enero en la playa, me lo imaginaba atrapado en la comisura derecha de tu delirio más carnal. Y entonces sí que me daba igual que diluviase universalmente. Ahora me veo obligado a refugiarme en el letargo, o en la ya más que recurrente sinrazón más profunda, esperando desde mi hueco en el mundo que suene doce veces una campana y todo vuelva, en teoría, a empezar. Sí, lo sé, suena ridículo. Es lo que suelen llamar año nuevo. Veremos si este año TAMBIÉN viene con erótico resultado.

10 dic 2010

El de pasear por la capital en Diciembre.

El sabor a sinrazón me envía en introspección horas atrás, recordando tantas cosas fugaces de mi estancia en Madrid. Así, hoy gobiernan mis reminiscencias más personales los besos nocturnos con alevosía por un embarrado Retiro, las caras de pimiento morrón y los biberones. Contrariedades aparte, todo sienta bien si está suficientemente capitalizado. Funerales con talco de por medio e intensos latidos desacompasados, los míos atenuados por la (escasa) carga moral. Y cómo no, fuertes abrazos a pepe grillo, la razón de la (escasa) coherencia que me resta. Madrid me acaba dando restos intensos, difíciles. Mi gozo en tu pozo, nuestras ganas, el porqué. Lo demás eran pactos de sinsentido y fuertes chorros de vinagre balsámico. No poder quedarme se suma a la lista de pesares, reuniéndose así con el tacto de la pana, tan suave y lineal que nunca esperarías asperezas. No quise buscarlas, pero ahí estaban, solo fue curiosidad. La (poco agradable) sorpresa de encontrarlas solo se compara a la rabia y el rencor que acumulo en el segundo cajón de mi mesilla de noche. Por suerte me guardé mil y un reproches que decidí tragar, y lo de llenar el cupo de mi lecho al máximo solo dejó claro el desacuerdo de intereses. Noches y kilómetros después me dormí en la sinfonía del letargo de amar, desolado, queriendo sentir el roce de tu ironía resbalando por mi mejilla. Que amargo despertar el de la soledad, cuán fuerte el delirio de mis anhelos. Vuelvo a sentirte pero en dospuntocero, sin rabias y con otros, muchos otros más. Echaba de menos escribir sobre ti, prepárame un milkshake y te cuento lo que le pasó a mi camiseta blanca con bolsillo en el pecho.